Cuaderno de un filógino 3.

No sé como lo hice pero acabé en Valencia. Sus playas, su gente… como me gusta el mar. Y allí tenía para elegir a preciosas mujeres en bikini, pero no seria yo si no eligiese a la menos corriente y a la mas atractiva el lugar. Las playas son granes y yo me deleitaba con el chocar del agua contra las rocas y la arena en mis pies. Leer un libro tumbado en la toalla era mi mayor placer. Cogí mi sombrilla y mi bolsa y me fui al medio de la playa. Clavé la sombrilla y coloque la toalla en el suelo. Me senté. Sentía el olor del mar y la brisa. Saqué mi libro y aparentemente parecía que leía, pero mi vista escudriñaba cada rincón de aquella playa.
Al fin me decidí. Me sorprendió una mujer morena, alta, con un cuerpo de infarto que llevaba puesto un traje de neopreno. La veía corriendo de lado a lado entusiasmada mirando al mar. A su lado había una tabla color azul con motivos étnicos. Sin pensármelo un momento me quité la camiseta y me acerqué a ella corriendo. Paré y vi que tenia los ojos verdes. »¿Tu también surfeas?» le pregunté.
»Sí» respondió ella, y me invitó a surfear.

Nos pasamos toda la noche juntos en la playa.

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Cuaderno de un filógino 2

Me cansé de buscar tanto y no encontrar nada. Debo advertir que me encontré con un montón de mujeres, pero solo os cuento las más interesantes en mi opinión, porque sino me moriría antes de acabar de contarlo, y yo ya soy perro viejo.

Esta que os voy a contar me la encontré por Barcelona paseando por las Ramblas.

Con los ojos azules y el pelo rubio, me la encontré ensimismada en lo que tenia delante. Un caballete y un lienzo. Cabe decir que a mí me encanta el arte, y ella estaba pintando algo que siempre me ha encantado. Las espaldas. Pintaba torsos de mujeres y de hombres de espalda, sentados, de pie, en cuclillas… su técnica me parecía tan definida, y agarraba el carboncillo con una finura infinita.

Como no, yo, me acerqué a hablar con ella. Tuve que repetir dos veces el saludo, hasta que levantó la vista del lienzo y me sonrió. »Qué desea» me preguntó, como si supiese que la deseaba a ella. Le pregunté que cuánto valían sus obras, que quería una. Me dijo el precio y me llevé la que más me impactó. Las espaldas de mujeres han sido siempre mi debilidad. Luego miré el reloj y sonreí.

Me recorrí en coche medio Barcelona con ella.

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Cuaderno de un filógino

Sé de alguien que pensará que estoy loco, que no estoy cuerdo, que soy un depravado, algunos me confundirán con un misógino… quién sabe. Esa gente no se da cuenta de que yo solo observo las cosas más bellas del mundo. Las mujeres. Filógino es el nombre más adecuado a como me veo yo y como me ve la gente entendida, aunque yo prefiero llamarme observador. Ustedes llámenme como deseen.

De esto que cuando fui trayecto Madrid-Santander en tren, la cosa parecía ir bien. Entré sin ningún miedo a pesar de que mi aspecto no era el idóneo para estar en un sitio así, y temía que la policía me confundiese con vete tu a saber quién. Mientra caminaba por aquel pasillo estrecho con las maletas impidiéndome caminar con algo de gracia, escudriñaba todos y cada uno de los vagones con la esperanza de encontrar a la ideal. A la mujer ideal, claro. Cabe decir que en cada lugar todas las mujeres son ideales, pero yo siempre busco la que más me llama la atención , aunque sea la más invisible del antro.

Esta vez la búsqueda no fue demasiado exhaustiva, como y me pasó otras veces. En el vagón 23 estaba mi chica ideal del tren. Era pequeña de estatura, debería tener unos veinte años, su tez blanca con pecas y sus finos rasgos. Su pelo, marrón como el chocolate al igual que sus ojos. Tímida en apariencia, leyendo el libro »Memorias de Idhún». No había visto mujer tan fina en mucho tiempo. Me senté enfrente de ella, y noté que mi presencia no le agradó mucho. Le dediqué una sonrisa y ella me respondió con otra. Su actitud hacia mí cambió, así que le dije: »Hola, ¿qué tal?»

Nos pasamos hablando toda la noche.

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